
Este artículo no habla de “problemas sociales” en la infancia con altas capacidades o neurodivergencia, sino de diferencias en los ritmos de procesamiento, interpretación y relación. Estas diferencias, en ciertos contextos, pueden generar roces o desconexiones, pero no definen a estos niños ni determinan sus vínculos. Comprenderlas es clave para favorecer entornos más respetuosos, inclusivos y enriquecedores para todos.
Cuando tu hijo o hija tiene altas capacidades y/o alguna forma de neurodivergencia (autismo, TDAH, procesamiento singular...), muchas cosas funcionan de forma diferente — también sus relaciones con sus iguales.
Y aunque “tener un grupo de amigos” es un objetivo habitual para cualquier niño, para ellos puede convertirse en una tensión añadida.
No porque tengan algo “malo”, sino porque su forma de ser-aprender-relacionarse tiene matices que pueden chocar con lo habitual en el aula o el instituto.
¿Literalidad excesiva, sentido de justicia que pica, valor a la intimidad de sus objetos, humor distinto, responsabilidad académica desproporcionada…?
Todo ello puede marcar las dinámicas con sus compañeros y, cuando no se acompaña bien, desembocar en sensación de “no encajar”, rebeldía o rechazo.
En este artículo vamos a explorar por qué sucede esto, qué estudios lo avalan, qué señales podemos observar y cómo podemos actuar desde la familia y la escuela para que ese reto no se convierta en obstáculo, sino en una oportunidad de acompañamiento más profundo.
Los niños con altas capacidades pueden mostrar algunas particularidades que no siempre conectan de forma natural con su grupo de iguales:
Literalidad en el lenguaje: escuchan lo que se dice, no lo que se “quiere decir”.
Sentido de la justicia e integridad alto: cuando algo no “es justo”, lo señalan.
Valor a la intimidad y a sus objetos de estudio: esos lápices, colores o libretas que para ellos tienen sentido propio.
Implicación y responsabilidad escolar altas: terminar rápido, querer responder bien — lo que a veces impide “jugar libremente”.
Humor distinto, intereses poco convencionales o focalizados, sensibilidad sensorial o emocional elevada.
Estos rasgos no son “defectos”; de hecho, muchas veces son fuentes de talento y profundidad.
Pero cuando el entorno no los reconoce o mira con sorpresa, pueden surgir tensiones en la relación con los compañeros.
Rasgos como la literalidad en el lenguaje, sentido de la justicia e integridad alto, valor a la intimidad y a sus objetos de estudio o personales, implicación y responsabilidad escolar altas, un humor distinto, intereses poco convencionales o focalizados, sensibilidad sensorial o emocional elevada..., muchas veces son fuentes de talento y profundidad. Pero cuando el entorno no los reconoce o mira con sorpresa, pueden surgir tensiones en la relación con los compañeros.
Cuando las formas de entender el mundo o de comunicarse no coinciden con las del grupo, el niño puede sentir que no logra conectar del todo.
A veces desea profundizar, detenerse en los detalles o reflexionar sobre un tema que le interesa, mientras los demás prefieren bromear, cambiar de asunto o mantener una conversación más ligera.
No hay aquí “una forma mejor que otra”, sino ritmos distintos de procesar la experiencia.
Para quien necesita esa profundidad, las interrupciones pueden resultar frustrantes; para quien prefiere la ligereza, la insistencia en seguir analizando puede volverse abrumadora.
Ambas perspectivas son legítimas, pero la falta de sincronía puede generar una brecha social difícil de sostener día tras día.
Por otro lado, no siempre la edad cronológica coincide con la emocional o social; y, más que de madurez, podríamos hablar de otro factor que yo llamo “espabilismo”.
Esa habilidad para captar la ironía, los dobles sentidos o los juegos de jerarquía entre iguales —donde a veces “ganar” implica pequeñas trampas, reírse del otro o desafiar la norma— puede descolocarles profundamente.
Para algunos niños con altas capacidades o con un estilo cognitivo más literal y coherente, ese modo de interacción se percibe como “jugar sucio”.
En el colegio esto se traduce en situaciones cotidianas: ir en fila y que alguien se cuele, cogerles la goma de borrar “de broma”, o transformar un comentario serio en una burla.
Son gestos mínimos que, acumulados, pueden generar una sensación de desconexión y vulnerabilidad, junto con un grado notable de contención emocional y agotamiento mental.
Tratar de anticipar lo que puede pasar, contener la incomodidad o reinterpretar cada gesto social para no parecer “raro” exige un esfuerzo constante que agota, incluso cuando el entorno no es hostil.
Estudios señalan que, aunque algunos niños con altas capacidades se relacionan bien, otros reportan menor sensación de conexión con compañeros — por ejemplo, un estudio en Francia (n = 492 adolescentes) encontró que los estudiantes identificados como “altas capacidades” referían menor conexión con sus iguales, lo que se relacionaba con menor satisfacción en la vida escolar. PubMed
Otro estudio identificó que aunque el “colegio” no siempre detecta diferencias en participación, las habilidades sociales seguían siendo un predictor importante para los niños con altas capacidades. PubMed
En resumen: la exigencia intelectual, la sensibilidad o los intereses distintos pueden convertirse en barreras sociales, y generarse sentimientos de aislamiento, de “no pertenecer” o incluso de rebeldía como mecanismo de defensa.
👉 Son gestos mínimos que, acumulados, pueden generar una sensación de desconexión y vulnerabilidad, junto con un grado notable de contención emocional y agotamiento mental.
Imagina a un niño que levanta la mano con frecuencia, que disfruta compartiendo detalles o curiosidades que van más allá de lo que se trabaja habitualmente en clase. Al principio puede despertar admiración, pero con el tiempo no es raro que aparezcan comentarios de hartazgo entre sus compañeros: “otra vez él…”, “¡Qué pesado!…”, también entre profes: "alguien que no sea...".
Esos comentarios, que pueden parecer inofensivos, pesan.
Cada vez que participa, percibe —aunque nadie lo diga en voz alta— la expectativa de que siempre tenga la respuesta correcta. Cada intervención se convierte en una especie de examen social. Esa presión constante, invisible para muchos, puede ir dejando huella.
En los trabajos en grupo, esta sensación se amplifica. A menudo asume un nivel de implicación alto, quiere que todo salga bien y que el proyecto refleje ese esfuerzo. Pero sus compañeros no siempre comparten el mismo nivel de exigencia ni la misma forma de organizarse.
Esto puede generar tensiones: lo que para él es responsabilidad, para otros puede ser “mandar demasiado”; lo que para ellos es una participación relajada, para él puede sentirse como desinterés o falta de compromiso. Si esto se repite, el niño puede acabar retirándose emocionalmente del grupo, sintiendo que no encaja.
Algo similar ocurre con los pequeños gestos cotidianos. No se trata de un simple bolígrafo favorito, sino de cómo se invade su espacio personal sin consentimiento: abrir su estuche, cogerle cosas “de broma”, irrumpir en su mundo de una manera que a ojos de los demás es un juego, pero para él se siente brusca, incluso abusiva. Y muchas veces no dice nada, se resigna en silencio, intentando adaptarse a unas dinámicas que no comprende del todo o que le resultan abrumadoras.
En ocasiones, los compañeros no “ven” el talento, sino la diferencia.
Un estudio ruso analizó la interacción social de niños con altas capacidades y encontró que aunque muchos establecían buenas relaciones, también había quienes se sentían rechazados o poco comprendidos. psyjournals.ru
Cuando estas experiencias se acumulan —el hartazgo ajeno, los conflictos grupales, las pequeñas invasiones diarias—, el impacto no queda en lo superficial. Lo que comienza siendo rechazo externo puede transformarse en rechazo interno: “debe de haber algo mal en mí”.
El sentimiento de no pertenencia, si se prolonga, no solo erosiona la autoestima, también puede llevar a respuestas defensivas como la rebeldía o la desconexión emocional del entorno escolar.
No es falta de interés: es fatiga acumulada.
Por eso, más que corregir al niño, el reto educativo pasa por crear contextos donde no tenga que elegir entre ser él mismo y sentirse aceptado
Cuando un niño siente que “no encaja”, no se trata solo de estar solo en el recreo: es la sensación persistente de no encontrar un lugar propio dentro del grupo.
Puede aparecer baja autoestima, al interpretar el rechazo o la desconexión como un “defecto” personal: “Si no me entienden, ¿qué estoy haciendo mal?”.
También puede surgir desmotivación: la energía que antes dedicaba con entusiasmo al aprendizaje empieza a apagarse, no porque haya perdido interés real, sino porque el entorno no valida ni acompaña esa forma de aprender y relacionarse.
En algunos casos aparece rebeldía o desenganche académico, que no es tanto una falta de responsabilidad como una forma de protegerse emocionalmente: “Si no me reconocen, ¿para qué seguir esforzándome?”.
Esta actitud puede confundirse fácilmente con falta de implicación, cuando en realidad es una señal de malestar profundo.
Un estudio reciente encontró que la gestión del estrés en niños con altas capacidades también influye en el nivel de estrés de sus padres, lo que evidencia un impacto familiar amplio. PMC
Estas señales no siempre significan que haya un problema grave, pero sí son pistas que invitan a mirar con más atención y actuar de forma preventiva y cuidadosa.
Evitación de grupos de compañeros o ausencia en dinámicas sociales: puede manifestarse en frases como “prefiero estar solo” o “con ellos no me entiendo”.
No ser invitado a juegos o actividades fuera del aula, lo que refuerza la percepción de no pertenecer.
Preferencia por amistades mucho mayores o mucho menores, buscando afinidades más que pares cronológicos.
Conflictos frecuentes por temas de justicia, normas o literalidad, que para él son importantes pero que otros pueden ver como exageraciones.
Cambios de humor, alteraciones del sueño, oscilaciones en el rendimiento académico o aislamiento voluntario que contrastan con su potencial o con etapas anteriores de entusiasmo.
Estos comportamientos, observados de forma sostenida en el tiempo, no deberían pasarse por alto: son ventanas abiertas a su vivencia interna y una oportunidad para intervenir a tiempo con acompañamiento emocional, adaptaciones sociales y espacios seguros donde sí pueda sentirse comprendido.
No todo pasa por “tener muchos compañeros”, sino por contar con al menos una o dos personas que comprendan, respeten y compartan —en alguna medida— sus intereses y, sobre todo, su forma de estar en el mundo.
Para muchos niños neurodivergentes, sentir que no están solos ya marca una diferencia enorme. Por eso, fomentar clubes, grupos extracurriculares, talleres o actividades en las que puedan conectar desde sus afinidades, sin tener que “disfrazar” su forma de ser, puede convertirse en un refugio seguro y en un punto de apoyo social real.
Muchas de las tensiones sociales que viven estos niños no vienen de “no saber relacionarse”, sino de no compartir los mismos códigos sociales.
Enseñar a “traducir” lo que otros dicen en sentido figurado (ironías, bromas, dobles sentidos) puede ayudar a reducir malentendidos y frustraciones.
Practicar escenarios de juego o conversación en casa —por ejemplo, imaginar cómo invitar a alguien que no juega lo mismo— puede darles herramientas para afrontar situaciones sociales sin sentirse desbordados.
Y sobre todo, validar sus emociones es clave: “entiendo que te sientas distinto, eso no es malo; vamos a ver qué podemos hacer juntos”. No se trata de “cambiar al niño” sino de acompañarlo a moverse con más seguridad en distintos contextos.
Visibilizar que no todos procesamos el mundo igual —ni mejor ni peor, simplemente de forma distinta—. Esto favorece la empatía y reduce etiquetas innecesarias.
En casa, abrir pequeños espacios de conversación tras la jornada escolar permite que el niño pueda expresar cómo ha vivido su día, sin juicios ni prisas: “¿Hubo algo que te incomodó o te gustó especialmente?”. Este acompañamiento cotidiano es una base segura desde la que interpretar lo que ocurre fuera.
En el aula, más allá de formar grupos o parejas afines, es fundamental cultivar una cultura compartida de respeto a la diferencia.
Charlas, dinámicas de aula y actividades con las familias pueden ayudar a visibilizar que no todos procesamos el mundo igual —ni mejor ni peor, simplemente de forma distinta—. Esto favorece la empatía y reduce etiquetas innecesarias.
El respeto ante las distintas formas de pensar, responder, equivocarse o expresarse debe ser una prioridad educativa.
Mediar activamente cuando surgen malentendidos y exponer los distintos puntos de vista en situaciones cotidianas ayuda a que todos comprendan que detrás de cada reacción hay un modo legítimo de interpretar la realidad.
De este modo, el docente deja de ser solo un organizador de actividades para convertirse en un mediador de convivencia, y el aula en un espacio donde la diversidad no se tolera “de pasada”, sino que se entiende y se valora como parte natural de la experiencia educativa.
👉No se trata solo de habilidades sociales o intereses compartidos, sino de cómo se comprende y se acoge la diferencia en el entorno educativo y familiar.
Las relaciones entre iguales pueden convertirse en un terreno fértil de crecimiento… o en una fuente silenciosa de tensión para muchos niños con altas capacidades y perfiles neurodivergentes.
No se trata solo de habilidades sociales o intereses compartidos, sino de cómo se comprende y se acoge la diferencia en el entorno educativo y familiar.
Cuando el aula y la familia actúan de forma coordinada, visibilizando que no todos pensamos, sentimos o reaccionamos igual —y que eso está bien—, se genera un clima donde la pertenencia no depende de encajar en moldes, sino de ser reconocido y respetado tal como uno es.
Fomentar conversaciones abiertas, espacios de encuentro reales y una mirada que valore lo distinto no es un “extra”: es una necesidad para que muchos niños puedan sostener su bienestar emocional y académico.
Al final, no hablamos solo de integración, sino de convivencia consciente, donde cada niño encuentra su lugar sin tener que renunciar a sí mismo.
Acompañarles no es enseñarles a encajar, sino ayudarles a sentirse en casa siendo quienes son.
No necesariamente. Lo que ocurre es que suelen procesar la información, las conversaciones y las dinámicas grupales a ritmos diferentes. Esto puede generar malentendidos o desconexiones puntuales, pero no implica un “problema” real, sino diferencias naturales en la forma de relacionarse y comprender el entorno.
Su forma de comunicarse, su sentido de la justicia, su necesidad de profundidad en las conversaciones o su implicación en las tareas pueden no coincidir siempre con la del grupo, generando experiencias sociales singulares.
Crear espacios donde se valoren distintos ritmos e intereses, promover el respeto mutuo, ofrecer oportunidades para compartir pasiones y enseñar estrategias socioemocionales sin imponer moldes únicos de relación.
A veces, el ritmo del entorno, la sobrecarga sensorial o las dinámicas grupales pueden resultar intensas.
Elegir retirarse no siempre es rechazo: muchas veces es autorregulación y necesidad de seguridad.
Desde el respeto, la tolerancia y la mediación.
Charlas, actividades y programas en los centros educativos que visibilicen distintas formas de procesar el mundo ayudan a generar culturas de aula más inclusivas.
Guignard JH, Bacro F, Guimard P. School life satisfaction and peer connectedness of intellectually gifted adolescents in France: Is there a labeling effect? New Dir Child Adolesc Dev. 2021 Sep;2021(179):59-74. doi: 10.1002/cad.20448. Epub 2021 Dec 22. PMID: 34936184.
Fogel Y, Amram MB. Parents' Perspectives on Participation Among Gifted and Typically Developing Children: A Pilot Study. Children (Basel). 2025 Aug 12;12(8):1060. doi: 10.3390/children12081060. PMID: 40868511; PMCID: PMC12385145.
Zanetti MA, Sangiuliano Intra F, Taverna L, Brighi A, Marinoni C. The Influence of Gifted Children's Stress Management on Parental Stress Levels. Children (Basel). 2024 Apr 30;11(5):538. doi: 10.3390/children11050538. PMID: 38790533; PMCID: PMC11119993.
✅ Si prefieres que esta información te llegue a través de un mensajito al Whatsapp (novedades, información y talleres...), puedes unirte a nuestro canal de WhatsApp.
También puede interesarte...
Únete a mi newsletter
Un rincón íntimo donde la neurodivergencia, la educación consciente y el talento se entrelazan.